Por: Susana Hang – CD AACS Ι
mail: shang@agro.unc.edu.ar
Hoy tenemos un problema serio en la actividad agropecuaria que es el uso de agroquímicos. La sociedad está alerta porque es un problema que toca a todos el deterioro del ambiente. El suelo está en el centro de la cuestión como componente clave de la pro-ducción y como recurso natu-ral, que además amortigua efectos indeseables sobre otros componentes del medio ambiente.
Si quisiéramos remontarnos muy atrás tendríamos que preguntarnos si el concepto de progreso que hemos aceptado desde el inicio de los tiempos, aún hoy nos satisface. Pero esa es una discusión mucho más compleja. Pero así tal como lo aceptamos, el progreso
de las comunidades y civili-zaciones estuvo asociado a modificar comportamientos nómades hacia formas seden-tarias. Esa energía de activa-ción cotidiana que tenía que desarrollar el nómade cada mañana, fue orientada hacia otros fines, y los resultados se vieron en las ciencias, en las artes, en la tecnología. La producción de alimentos fue clave en ese cambio, como lo demuestran los sitios que los hombres eligieron para insta-larse y desarrollarse, siempre estuvo ligada estrechamente a la posibilidad de producir gra-nos, fibras, carne, es decir, alimentos en general.
La historia nos muestra que cuando no era posible o era muy difícil producir alimentos, los habitantes idearon y traba-jaron para hacer las modifica-ciones necesarias y lograr incrementar la superficie culti-vable, disponer de agua, me-jorar la fertilidad de sus tierras. Y cada una de esas modifica-ciones fue el resultado de tra-bajo, inteligencia, conocimien-tos aplicados a desarrollar nuevas tecnologías; y nunca fue fruto de acciones instantá-neas, hubo años de procesos, rectificaciones y lentamente se avanzó hacia lo que hoy co-nocemos.
Tampoco hubo ceguera o ne-gación a los problemas que la tecnología estuviera causando. A modo de ejemplo, los primeros trabajos sobre ero-sión son de la década del `40, es decir muy próximos a los inicios de la mecanización de la agricultura. Las labranzas conservacionistas tienen sus primeras manifestaciones do-cumentadas hace más de 50 años, cuando se empezaron a observar los problemas de contaminación de aguas por sedimentos, fertilizantes, her-bicidas.
Por eso sorprende cuando se escuchan afirmaciones cate-góricas tales como que la im-plementación de la siembra directa en Argentina fue parte de un modelo económico ins-talado en los ´90. Y sin duda que esto que planteo, no es entre colegas que lo tenemos que discutir porque sabemos que no fue magia sino aplica-ción de una tecnología que estaba en desarrollo y estudio desde hacía tiempo y que era necesario frenar el grado de deterioro de los suelos. Sin embargo, sí creo que estamos fracasando cuando no hace-mos docencia hacia los que no son nuestros colegas, cuando prolijamente no buscamos en convertimos en formadores de opinión y permitimos que ese espacio lo ocupen amateurs, o sólo opinólogos. Si sabemos del tema, no hay nada de malo en contribuir en la formación de opinión e influir, al contrario, es saludable.
En Córdoba, en estos días está transcurriendo un juicio por mal uso de agroquímicos. No sabemos si efectivamente hubo mal uso, tampoco sabe-mos si los problemas de salud observados y que se adjudican a los agroquímicos, son tal como los plantean. Lo que sí se percibe es un vacío tre-mendo de información de todo tipo. Y no de la información que se acumula en publica-ciones técnicas, sino de la que debe ser rigurosa pero acce-sible a todos. Seguramente tenemos que hacer una in-trospección, un “puertas para adentro” y replantear que tipo de profesional es necesario formar para que no ocurra mala praxis. Y que esto no es una cuestión de sálvese quien pueda, sino que es una cues-tión de ética profesional cuidar el medio ambiente además de producir. Tanto a nivel nacio-nal como internacional hay muy buenos protocolos de trabajo con agroquímicos, que claramente no son inocuos. Algunas provincias tiene leyes que regulan el uso de agro-químicos, y habrá que revisar cómo estos aspectos están siendo presentados y discuti-dos a nivel de formación de los futuros profesionales, para que no quede sólo en “si no hay control la ley no se aplica”, todos sabemos que controlar la aplicación de normas de prevención en medio del campo es muy difícil.
Pero hay otro discusión au-sente, y es qué estamos ha-ciendo “puertas para afuera” hacia la sociedad a la cual pertenecemos y en sin número de situaciones percibimos que no hemos sabido informar. Por ejemplo, el uso del suelo, vemos con asombro y pasivamente, cómo sin mucho debate se modifican ordenan-zas de uso del suelo y suelos productivos, necesarios para producir alimentos, pasan a la órbita de emprendimiento in-mobiliarios, quedando tapados por cemento y asfalto, y esto es otra forma de cargar más sobre las áreas productiva-mente más frágiles pero tam-bién menos pobladas. Creo que debiéramos exigir que esto se explicite cuando se promociona una urbanización.
Hemos trabajado y estudiado mucho, tenemos conocimien-tos e información para trans-mitir. Pero hasta ahora estos conocimientos los debatimos en ámbitos académicos. Es posible que no muy lejana-mente estos problemas ya no sean analizados por un sector, y sean parte de políticas eco-lógicas de estado, pero mien-tras tanto, tenemos que hacer nuestro aporte como actores de la sociedad que somos. Sobre todo porque un riesgo serio es que sean las emocio-nes, y no la razón y el cono-cimiento lo que vaya definien-do acciones y modelando los comportamientos futuros. Y esto es grave, primero porque implica que unos ganan y otros pierden, y eso ya es malo en sí mismo. Es nuestro espacio, nuestro ambiente, nuestro planeta, y si no se produce o si no se cuida el aire, el suelo, el agua, todos perdemos. Y segundo, porque el progreso se ha apoyado sobre el conocimiento, la reflexión, el trabajo, y más allá que sea momento de definir nuevos paradigmas de progreso, las herramientas del progreso seguirán siendo las mismas.